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Testimonio de Ève – 1

Este testimonio lo ofreció mi hermana, Ève Ricard, en las jornadas «Emergencias 2013» en Bruselas, dedicadas a «alegría en la adversidad».
Hace 23 años mi cuerpo comenzó a perder su flexibilidad, mis movimientos empezaron a hacerse más lentos. Me costaba sostener el bolígrafo. Esperé dos años para ir a la consulta. Cuando me dijeron que tenía la enfermedad de Parkinson, para mí fue como una deflagración. Todo voló en pedazos: mis hábitos, mis prejuicios, mis miedos. Me dijeron que era una enfermedad degenerativa y de la que no se conoce cura. Hizo que me estremeciera y me obligó a reaccionar muy rápidamente, a saber lo que quería y lo que no quería.
¿Cómo seguir viviendo? ¿Cómo seguir siendo con los demás?
Hoy sé que es una enfermedad y por lo tanto no soy esta enfermedad ni tampoco lo seré.
Al pie de la letra todo cambia. La elección de palabras entre tener y ser: «Tengo» la enfermedad de Parkinson y no «soy» parkinsoniana.
Mis movimientos luchan contra un ocupante ilegal, pero sin embargo, mi ser continúa íntegro, mi espíritu no está enfermo. Planifico mi vida, mi pensamiento, mi mirada, mis dependencias con esta enfermedad degenerativa.
¿Qué hacer cuando uno está privado de movimiento? ¿Se puede vivir de otra manera? ¿Se puede creer de otra manera? ¿Qué significa esta diferencia? ¿Dónde comienza la diferencia? ¿Qué victorias son posibles? Si luchamos es por conseguir una curación. La victoria no va a ser la del cuerpo sino la íntima y espiritual.
Frente a esta enfermedad ya no voy a pensar más sobre lo que me falta sino en la oportunidad de vivir lo cotidiano, sin esperar, es detener los temores. Lo que ha sido desaparece y el futuro llegará más tarde.
Hoy, ayudo a mi vida porque sin duda, y extrañamente, no tengo otro sentido en mi vida que ayudar a mi propia vida. Voy mal, ¡y qué! Sufro por las noches, ¡y qué importa! Cada mañana se inicia un nuevo día que voy a adorar, a compartir, a desear, a soñar. Bendigo doblemente el instante, esta constante renovación sin cesar que hace del tiempo una hondura, no una duración.
En la parte delantera del barco, navego con la vista atenta a los bancos de arena y a las rocas. Esto me exige la vigilancia de la fatiga, por ejemplo.
Hace 23 años que estoy en esta embarcación, en una navegación muy personal. He conocido días de mal tiempo sin decirme que franqueaba una barrera sin retorno. Solamente busco otras formas de navegar. Nuevas vías me abren el paso.
Bailo, la música se adapta al cuerpo, lo lleva a su ritmo, el movimiento se vuelve espontáneo.
De otra manera, es necesario pensar en mis movimientos, supervisar mis movimientos para conservar los automatismos en mi memoria; me digo que el cerebro puede recibir solicitudes de mil formas, propias de cada uno.
La creencia común es que la enfermedad se ha apoderado de nosotros y no que nosotros estamos por encima de ella. El espíritu se encontraría entonces sometido al cuerpo soberano.
En nosotros, fuera de nosotros, alrededor y en todas partes: una única y misma energía. Ni bueno ni malo: bueno y malo. Ofrecer o tomar vuelven una y otra vez como la luz del día. Tener la ventaja es conocer sin tapujos a tu adversario. Ante el miedo viene el abandono del miedo.
Nuestro espíritu percibe e interpreta el mundo y nos permite transformar la calidad de cada instante de nuestra existencia.
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Para leer: Ricard, E. (2012). La Dame des mots (La dama de las palabras). Editions Nil.