En Francia, según un informe de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (International Union for Conservation of Nature, IUCN), el 26 % de las aves reproductoras (568 especies) está considerado en peligro. Se considera que las principales causas son la concentración humana y el uso masivo de pesticidas. Un cuidadoso estudio realizado por mil ornitólogos en el marco del programa ‟Le Suivi Temporel des Oiseaux Communs” (STOC), organizado por el Muséum national d’Histoire naturelle, reveló, en 2009, que la cantidad de aves que anidan en territorio francés ya había disminuido en un 10 % en los últimos 20 años. Es más, debido al calentamiento global, se había detectado un desplazamiento a gran escala de la población de aves 100 km hacia el norte.
Todavía recuerdo los bancos de arena del Traict du Croisic que veía desde la casa de mi tío, el marinero Jacques-Yves Le Toumelin; hace 40 años, antes de que partiera hacia el Himalaya. Las costas estaban llenas de bandadas de ostreros euroasiáticas, zarapitos, becacinas de cola barrada, caradrinos y otras aves zancudas, y la costa resonaba con la polifonía de sus resonantes cantos. Hoy, esas costas están desérticas y en silencio. Solo unos cuantos gansos negros, que vienen en invierno, pero en pequeñas cantidades, me recuerdan la belleza de la tierra silvestre. Año a año, esta desaparición lenta y progresiva no es obvia para aquellos que viven ahí. Pero para un testigo, como yo, que solo hace visitas esporádicas, la diferencia es asombrosa.