Para el budismo, la palabra ‟realidad” se refiere a la verdadera naturaleza de las cosas, sin la modificación de las construcciones mentales que proyectamos sobre ellas. Los conceptos fabricados abren una brecha entre nuestra percepción y la realidad, y crean un conflicto interminable con el mundo. «Interpretamos mal el mundo y decimos que nos engaña», escribió Rabindranath Tagore. Consideramos permanente lo efímero y percibimos como felicidad lo que no es más que una fuente de sufrimiento: el ansia de riquezas, de poder, de fama y de placeres aparentes.
La comprensión de la realidad es una característica de la sabiduría. Esta última no implica dominar cantidades ingentes de información, sino comprender la verdadera naturaleza de las cosas. Por costumbre, percibimos el mundo exterior como una suma de entidades diferenciadas y autónomas a las que atribuimos las características que creemos que poseen intrínsecamente. Nuestra vida diaria nos enseña que las cosas son malas o buenas, deseables o indeseables. El ‟yo” que las percibe parece ser igualmente concreto y real. Este error, que en el budismo se conoce como ignorancia, crea poderosos impulsos de atracción y aversión que, en último término, provocan sufrimiento.