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Por qué la tortura no funciona: dos pruebas experimentales

En el siglo XVIII, un juez milanés, que no creía que la tortura tuviera valor alguno para obtener confesiones fiables de parte del sospechado criminal, mató a su mula, acusó a su criado de haber cometido el hecho, e hizo que lo sometieran a tortura, en la que el hombre confesó haber cometido el crimen; incluso se negó a desdecirse en el patíbulo por miedo a ser torturado nuevamente. (¡Por supuesto, el amo lo perdonó!)

El juez luego abolió el uso de la tortura en su corte. El escritor Daniel Mannix narra otra demostración:

El duque de Brunswick, en Alemania, estaba tan horrorizado por los métodos utilizados por los inquisidores en su ducado que le pidió a dos famosos académicos jesuitas que supervisaran las audiencias. Después de un minucioso estudio, los jesuitas le dijeron al duque: «Los inquisidores están haciendo su deber. Están arrestando solo a las personas que han sido implicadas por la confesión de otras brujas».

‟Acompáñenme a la cámara de la tortura”, sugirió el duque. Los sacerdotes lo siguieron hasta donde una desdichada mujer estaba siendo torturada en el potro. «Déjenme interrogarla», sugirió el duque. «Mujer, usted es una bruja confesa. Sospecho que estos dos hombres son hechiceros. ¿Usted qué dice? Otra vuelta al potro, verdugos».

‟¡No, no!”, gritó la mujer. ‟Usted tiene razón. Los he visto a menudo en el sabbat. Pueden convertirse en cabras, lobos y otros animales».

‟¿Qué más sabe sobre ellos?”, demandó el duque.

‟Varias brujas han tenido hijos suyos. Una mujer incluso tuvo ocho hijos de estos hombres. Los niños tienen cabezas como hongos y piernas como arañas”. 

Extractos de: Pinker, S. (2011). The better angels of our nature: Why violence has declined. Viking Adult.