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¿Por qué debería meditar? (parte 2)

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¿Qué es la meditación?

La meditación es una práctica que permite cultivar y desarrollar ciertas cualidades humanas positivas básicas, de la misma manera que otros tipos de formación permiten tocar un instrumento musical o adquirir cualquier otra habilidad.

Entre varias palabras asiáticas que se traducen en inglés como «meditación» están bhavana del Sanscrito, que significa «cultivar», y su equivalente tibetano, “gom», que significa «para volverse familiar con». La meditación nos ayuda a familiarizarnos con una manera clara y precisa de ver las cosas y cultivar cualidades sanas que quedan latentes dentro nuestro a menos que hagamos un esfuerzo para sacarlas.

Así que empecemos preguntándonos: «¿Qué es lo que realmente quiero de la vida?» ¿Estoy contento de seguir improvisando día a día? «¿voy a ignorar el cierto sentido de descontento que siento de fondo cuando, al mismo tiempo, anhelo el bienestar y la plenitud?» Nos hemos acostumbrado a pensar que nuestras carencias son inevitables y que tenemos que aguantar los reveses que nos han traído a lo largo de nuestras vidas. Damos por sentado nuestros aspectos disfuncionales, sin darnos cuenta de que es posible romper el círculo vicioso de los agotadores patrones de comportamiento.

Desde el punto de vista budista, los textos tradicionales dicen que cada ser tiene el potencial de iluminación tan seguro como cada semilla de sésamo contiene aceite. A pesar de esto, para utilizar otra comparación tradicional, vagamos en confusión como un mendigo que es al mismo tiempo rico y pobre porque no sabe que tiene un tesoro enterrado bajo el suelo de su choza. El objetivo del camino budista es el de entrar en posesión de esta riqueza nuestra, que puede inspirar nuestras vidas con el significado más profundo.

Entrenando la mente

El objeto de la meditación es la mente. Por el momento, es simultáneamente confusa, agitada, rebelde, y sujeta a innumerables patrones condicionados y automáticos. El objetivo de la meditación no es cerrar la mente ni anestesiarla, sino hacerla libre, lúcida y equilibrada.

Según el budismo, la mente no es una entidad sino más bien una corriente dinámica de experiencias, una sucesión de momentos de consciencia. Estas experiencias van a menudo marcadas por la confusión y el sufrimiento, pero también podemos vivirlas en un estado más amplio de claridad y libertad interior.

Todos sabemos bien, como nos recuerda el maestro tibetano contemporáneo Jigme Khyentse Rinpoche, que «no necesitamos entrenar nuestras mentes para mejorar nuestra capacidad para enfadarnos o ser celosos.» «no necesitamos un acelerador de ira o un amplificador de orgullo». Por el contrario, la formación de la mente es crucial si queremos afinar y agudizar nuestra atención; desarrollar el equilibrio emocional, la paz interior y la sabiduría; y cultivar la dedicación al bienestar de los demás. Tenemos dentro de nosotros el potencial para desarrollar estas cualidades, pero no se desarrollarán por sí mismas o simplemente porque queramos. Requieren entrenamiento. Y todo entrenamiento requiere perseverancia y entusiasmo, como ya he dicho, no aprenderemos a esquiar practicando uno o dos minutos al mes.

Refinar la atención y el mindfulness

Galileo descubrió los anillos de Saturno después de diseñar un telescopio que era suficientemente brillante y poderoso y lo apoyaba en un soporte estable. Su descubrimiento no hubiera sido posible si su instrumento hubiera sido inadecuado o si lo hubiera sostenido una mano temblorosa. Del mismo modo, si queremos observar los mecanismos más sutiles de nuestro funcionamiento mental y tener un efecto sobre ellos, debemos refinar nuestra capacidad de mirar hacia adentro. Para ello, nuestra atención tiene que ser altamente afilada para que se vuelva estable y clara. Entonces podremos observar cómo funciona la mente y cómo percibe el mundo, y seremos capaces de entender la manera en que los pensamientos se multiplican por asociación. Finalmente, podremos continuar refinando la percepción de la mente hasta llegar al punto en el que podemos ver el estado más fundamental de nuestra consciencia, un estado perfectamente lúcido y despierto que siempre está presente, incluso en ausencia de la cadena de pensamientos ordinarios.

Lo que la meditación no es

A veces, a los practicantes de meditación se les acusa de estar demasiado concentrados en sí mismos, de revolcarse en la introspección egocéntrica y de no estar preocupados con los demás. Pero no podemos considerar como egoísta un proceso cuyo objetivo es erradicar la obsesión con el ser y cultivar el altruismo. Esto sería como culpar a un aspirante a doctor por pasar años estudiando medicina antes de empezar a practicar.

Hay cierto número de clichés sobre la meditación en circulación. Permítanme señalar de inmediato que la meditación no es un intento de crear una mente en blanco bloqueando los pensamientos, lo cual es imposible de todos modos. Tampoco es involucrar a la mente en interminables reflexiones sobre un intento de analizar el pasado o anticipar el futuro. Tampoco es un simple proceso de relajación en el que los conflictos internos se suspenden temporalmente en un vago estado de consciencia amorfo. No tiene mucho sentido descansar en un estado de desconcierto interior. Hay de hecho un elemento de relajación en la meditación, pero está conectada con el alivio que viene de dejar ir expectativas y miedos, de apegos y de caprichos del ego que nunca dejan de alimentar nuestros conflictos internos.

Maestría que nos pone en libertad

La manera de lidiar con los pensamientos en la meditación no es bloquearlos o alimentarlos indefinidamente, sino dejarlos surgir y disolverse por sí mismos en el campo del mindfulness. De esta manera, no se hacen cargo de nuestras mentes. Más allá de eso, la meditación consiste en cultivar una forma de ser que no está sujeta a los patrones de pensamiento habitual. A menudo comienza con el análisis y luego continúa con la contemplación y la transformación interior. Ser libre es ser el dueño de nosotros mismos. No se trata de hacer lo que nos entra en la cabeza, sino de liberarnos de las limitaciones y aflicciones que dominan y oscurecen nuestras mentes. Es una cuestión de tomar nuestra vida en nuestras propias manos en lugar de abandonarla a las tendencias creadas por el hábito y la confusión mental. En lugar de dejar ir el timón y dejar el barco a la deriva dondequiera que sople el viento, la libertad significa establecer un rumbo hacia un destino elegido, el destino que sabemos que es el más deseable para nosotros y para otros.

El corazón de la realidad

La meditación no es, como algunos piensan, un medio para escapar de la realidad. Por el contrario, su objetivo es hacernos ver la realidad tal como es, justo en medio de nuestra experiencia, desenmascarar las profundas causas de nuestro sufrimiento, y disipar la confusión mental. Desarrollamos una especie de entendimiento que viene de una visión más clara de la realidad. Para llegar a este entendimiento, meditamos, por ejemplo, en la interdependencia de todos los fenómenos, en su carácter transitorio, y en la inexistencia del ego percibido como una entidad sólida e independiente.

Meditaciones sobre estos temas se basan en la experiencia de generaciones de meditadores que han dedicado sus vidas a observar los patrones automáticos, mecánicos del pensamiento y la naturaleza de la consciencia. Luego enseñaron métodos empíricos para desarrollar claridad mental, estado de alerta, libertad interior, amor altruista y compasión. Sin embargo, no podemos depender simplemente de sus palabras para liberarnos del sufrimiento. Debemos descubrir por nosotros mismos el valor de los métodos que estas personas sabias enseñaron y confirmar por nosotros mismos las conclusiones a las que llegaron. Esto no es puramente un proceso intelectual. Se necesita un largo estudio de nuestra propia experiencia para redescubrir sus respuestas e integrarlas en nuestras vidas a un nivel más profundo. Este proceso requiere determinación, entusiasmo y perseverancia. Requiere lo que Shantideva llama «gozo de maneras virtuosas».

Así comenzamos observando y entendiendo cómo los pensamientos se multiplican por asociación entre sí y crean un mundo entero de emociones, de gozo y sufrimiento. Luego penetramos en la pantalla de los pensamientos y vislumbramos el componente fundamental de la consciencia: la Facultad cognitiva primaria de la que surgen todos los pensamientos.

Liberando la mente de mono

Para lograr esta tarea, debemos comenzar por calmar nuestra mente turbulenta. Nuestra mente se comporta como un mono cautivo que, en su agitación, se vuelve más y más enredado en sus lazos.

Del vórtice de nuestros pensamientos surgen las primeras emociones, y luego los estados de ánimo y comportamientos, y finalmente los hábitos y rasgos de carácter. Lo que surge espontáneamente no produce necesariamente buenos resultados, al igual que las semillas arrojadas al viento no producen necesariamente buenas cosechas. Así que tenemos que comportarnos como los buenos agricultores que preparan sus campos antes de sembrar sus semillas. Para nosotros, esto significa que la tarea más importante es lograr la libertad a través del dominio de nuestra mente.

Si consideramos que el beneficio potencial de la meditación es darnos una nueva experiencia del mundo durante cada momento de nuestras vidas, entonces no parece excesivo pasar al menos veinte minutos al día para conocer mejor nuestra mente y entrenarla hacia este tipo de apertura. La fructificación de la meditación podría describirse como una manera óptima de ser, o como una felicidad genuina. Esta felicidad verdadera y duradera es un sentido profundo de haber realizado al máximo el potencial que tenemos dentro de nosotros de sabiduría y de logro. Trabajar hacia este tipo de realización es una aventura que vale la pena emprender.