Nos faltan modelos en nuestro mundo contemporáneo. ¿A quién admiramos realmente? ¿Y quién merece ser tomado como un modelo humano? Nos gustaría jugar al ajedrez como Bobby Fisher, uno de los genios más deslumbrantes de la historia del ajedrez, pero quién quisiera ser, como él, una persona profundamente perturbada, con la cual es imposible convivir? Cuando miramos a nuestro alrededor – padres, educadores, líderes mundiales, pensadores, artistas – nos quedamos un tanto sorprendidos. Hay personas admirables, pero también hay muchas personas a las que ciertamente no querríamos parecernos como seres humanos, cualesquiera que sean sus talentos particulares. Por otra parte, cuando nos encontramos con un ser lleno de verdadera sabiduría, animado por una inagotable benevolencia, ¡nos gustaría tanto poseer las cualidades de esa persona!
Tantos seres humanos siguen siendo prisioneros de un régimen totalitario o, por cualquier otra razón, no son libres de circular, hablar o actuar. Cientos de miles de millones de animales son matados cada año, como si nada hubiera pasado, para satisfacer nuestras llamadas «necesidades». Demasiados otros seres humanos están atrapados por la pobreza y el acceso limitado a la salud y la educación. Debemos hacer todo lo que podamos para ayudarlos. Pero no debemos descuidar la búsqueda de la libertad interior, el deseo de llegar a ser un mejor ser humano.
La principal dificultad radica en la falta de discernimiento: somos incapaces de identificar estos engranajes mentales y el tipo de pensamientos que nos esclavizan. Con demasiada frecuencia nos falta la sabiduría, la lucidez y la competencia que nos permitirían recuperar nuestra libertad. La libertad interior puede, por lo tanto, adquirirse a través de una mejor comprensión del funcionamiento de nuestra mente y de los mecanismos de la felicidad y del sufrimiento. Este discernimiento debe ir de la mano de un entrenamiento que permita a nuestra mente manejar los estados mentales aflictivos con facilidad e inteligencia.
De la distorsión de la realidad característica del desconcierto: nos precipitamos a las causas del sufrimiento y damos la espalda a las de la felicidad.
Patear a una persona encadenada y decirle que se mueva no es la mejor manera de hacerlo! Es mejor mostrarle cómo liberarse de sus cadenas. También es inútil dar lecciones a los demás si no hemos actualizado nosotros mismos la libertad que defendemos.
Si una tarea está más allá de nuestra capacidad a primera vista, debemos progresar paso a paso. El hecho de que el viaje pueda ser largo no debe desanimarnos. Lo importante es saber que vamos en la dirección correcta. En este caso, cada paso que damos es gratificante y nos anima a perseverar.