(Radio Canada interview)
Los budistas, gracias a que tienen la noción del «flujo de la conciencia», ven a la muerte como una transición, mientras que en occidente, la muerte se experimenta de una manera muy diferente: si bien en algunos casos se celebran funerales en los que hay momentos inspiradores tomados de la vida de la persona fallecida, que entonces se celebra, debemos admitir que en general los eventos de este tipo son ocasiones bastante sombrías. En Oriente, al menos en el mundo budista, una cremación es casi una celebración.
Se invita a un gran maestro espiritual a que presida el rito. La familia y los amigos se reúnen, y después de la ceremonia, la gente suele exclamar: «¡Salió bien! ¡Qué hermosa ceremonia!». Después, todos se reúnen en una suerte de picnic o celebración: todos expresan su alegría al ver que un gran lama pudo asistir, que muchos religiosos y religiosas oraron por la persona fallecida, que todos pudieron reunirse y verse. La atmósfera es festiva.
Recuerdo el fallecimiento de Marilyn Silverstone, una amiga estadounidense que fue religiosa y una gran fotógrafa. El embajador de los EE. UU., que había venido para la cremación, exclamó: «Es increíble, ¡todos parecen estar felices!». Es verdaderamente diferente, muy diferente en comparación con lo que sucede en occidente ya que [en oriente] pensamos que la muerte es una transición, difícil de asegurar, pero algo para lo que buscamos prepararnos lo mejor posible de modo que suceda con la mayor fluidez posible.
En pocas palabras, la persona fallecida es en cierto modo un marinero que ha logrado cruzar el océano y que es despedido con vítores: «Bravo! Ahora que has llegado sano y salvo, podemos dormir en paz »