(Entrevista en Radio Canada)
Pensar en la muerte es un proceso saludable, que no es ni triste ni morboso. Demuestra lucidez, ya que enmascarar la realidad es una fuente inevitable de frustración: cuando se acerque nuestra muerte u ocurra la de nuestros seres queridos, nos conmocionaremos y estaremos totalmente perdidos. Pero si entendemos que la muerte es una parte natural de las cosas, si intentamos hacer lo que está a nuestro alcance para que esta transición ocurra de la manera más fluida posible, sin angustia ni temor, y si rodeamos a los que están partiendo del mayor afecto, amor, ternura y presencia, podremos y sabremos lidiar con la muerte con serenidad en lugar de estar abrumados. Sogyal Rinpoche, un maestro tibetano, dijo: «No se preocupen. Morir es muy simple: exhalas y no puedes inspirar».
Erradicar la muerte de nuestro campo consciente impedirá que la afrontemos desde un ángulo correcto. Un texto tibetano describe nuestra actitud de la siguiente manera: «Primero, vemos a la muerte como si fuéramos un animal atrapado en una trampa». Esto significa que la idea de la muerte es insoportable, fuente de profunda angustia, y luchamos contra ella.
Luego, si avanzamos hacia la transformación interior, nuestra actitud hacia la muerte se parecerá más a la de un agricultor que ha arado y sembrado su campo, y que, habiendo hecho todo lo necesario, no tiene remordimientos. Aunque caiga granizo o los animales devoren parte de su cosecha, no tiene nada que reprocharse.
Finalmente, para un practicante experimentado, la muerte es como un amigo; en otras palabras, se ha convertido en algo muy familiar, es inevitable, es una transición, una buena muerte es la coronación de una buena vida, y ya no tenemos sentimientos de pánico, rechazo o injusticia frente a la muerte; dejamos de pensar que el mundo debería ser distinto porque nuestra rebelión contra la realidad solo agrava nuestra agonía. Debemos entender la muerte y dejar que dé sentido a cada momento de nuestra vida a medida que transcurre.