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Nuestra actitud hacia la muerte (Parte 1) — Continuará

(Entrevista en Radio Canadá) 

Pregunta: El mundo occidental pareciera estar sufriendo una sensación de gran renuencia con respecto a la contemplación de la muerte y su actitud para con ella; la muerte se ha vuelto un tema tabú, que es objeto de absurda negación de manera creciente. Como budista, ¿le preocupa esta situación?

Matthieu: Por supuesto. Las personas prefieren desestimar la idea de la muerte, bloquearla de sus mentes e ignorarla hasta el último momento, diciéndose que cuando llegue el momento, entonces se ocuparán. En efecto, esta actitud hace que no sepan cómo aprovechar la vida en su totalidad, al hacer esto nos olvidamos que estamos vivos; dicho de otro modo, olvidamos el valor de cada momento que pasa. Cuando algunas personas se enteran que tienen una enfermedad terminal y que les queda solo un año de vida, sufren un colapso mental. Sin embargo, la gran mayoría ha informado que ese año fue el más intenso, rico y precioso de toda su vida, un año durante el cual cada momento pasado con sus seres queridos, o apreciando la naturaleza, estuvo lleno de sobrecogimiento ya que súbitamente cada momento cobró pleno significado.

Para quienes han eliminado la muerte de sus mentes, el tiempo parece insípido como arena que se escapa entre sus dedos. No es coincidencia que, en el budismo, la meditación sobre la muerte sea un pilar importante. Pueden decir: «¡Es morboso! ¿Qué sentido tiene pensar sobre la muerte? Es mucho mejor pensar en otras cosa, sacar de la mente esas cosas”. Sin embargo, no es así. Es justamente cuando tomamos plena conciencia de que, por un lado, no podemos evitar la muerte y de que, por otro, las circunstancias que la causarán son impredecibles (será en diez días, en veinte años, ¿quién sabe?), es entonces cuando el tiempo cobra un sentido totalmente nuevo.

En el budismo, hay prácticas asociadas a este pensamiento sobre la muerte: por ejemplo, la del ermitaño que, durante su retiro, pone su cazo dado vuelta sobre la mesa cada noche. En el Tíbet, este gesto es típico de cuando alguien muere. Simboliza también una actitud, que consiste en reconocer que no sabemos qué llegará primero: el amanecer del día siguiente o nuestra muerte… En efecto, un verso muy bello de Nagarjuna dice: «Qué maravilloso es inhalar y exhalar una y otra vez». Es cierto que tal visión le concede un valor inapreciable a la vida.

(Continuará)