La tolerancia va de la mano del valor, la fuerza interior y la inteligencia, cualidades que alivian el sufrimiento mental y nos impiden caer en pensamientos negativos.
Si seguimos el camino de las represalias, del «ojo por ojo y diente por diente», como decía Gandhi, «el mundo pronto estará ciego y sin dientes». La violencia engendra violencia y sus resultados son desastrosos, por lo que debemos evitarla a cualquier precio. Los conflictos deberían resolverse a través de la negociación y del diálogo.
Su Santidad el Dalai Lama habla a menudo de tolerancia. La tolerancia no quiere decir «venga, hazme daño», ni implica que debamos someternos a la mezquindad ni a los errores, ni que debamos ignorarlos. No se trata de aceptar la agresión de manera pasiva, ni de intentar destrozar a aquellos que nos hacen daño. Si somos objeto de algún abuso o injusticia, tenemos que encontrar los medios apropiados para oponernos. Pero es imprescindible encontrar la manera de romper el ciclo de hostilidad, odio y agresión.
Siempre hemos de preservar en nuestro interior una compasión invencible y una fuerza interior inagotable. La clave está en la motivación que inspira nuestras acciones, así como en el resultado final de éstas. Por ejemplo, las palabras amables que se dicen con intención de decepcionar, pueden parecer agradables, pero en realidad son una forma de violencia. Por otro lado, cuando una madre empuja a su hijo con fuerza para impedir que sea atropellado por un coche, aunque pueda parecer brusco, es un acto de no-violencia.