En coherencia con el énfasis que da Darwin a la importancia de la cooperación en la naturaleza, los nuevos avances en la teoría de la evolución nos permiten imaginar un altruismo prologado que va más allá de los vínculos familiares o tribales y que resalta el hecho de que los seres humanos son esencialmente unos “Super cooperadores”, según el termino creado por Martin Nowak.
La evaluación de las capacidades de transformación individual y colectiva es importante si queremos promover el desarrollo de una sociedad más altruista y de un mundo mejor.
Los miles de años de práctica contemplativa son la prueba del poder de transformación individual. Este conocimiento ancestral ha sido confirmado actualmente por la investigación en neurociencia, la cual muestra que cualquier forma de entrenamiento –como aprender a leer o a tocar un instrumento- induce una restructuración en el cerebro, a nivel funcional y estructural. El mismo tipo de restructuración se produce cuando cultivamos la benevolencia y nos entrenamos para el desarrollo del amor altruista y de la compasión.
¿Cómo podemos pasar de la transformación personal al cambio social?. Los estudios recientes de ciertos teóricos como Richerson y Boyd, autores de “Not by Genes Alone”, resaltan la importancia de la evolución de las culturas, la cual es más lenta que la evolución individual pero mucho más rápida que los cambios genéticos. La evolución cultural es acumulativa y se transmite de generación en generación por medio de la educación y de la imitación. Las culturas y los individuos continúan influenciándose mutuamente. Los individuos que crecen en una nueva cultura son diferentes, porque sus nuevas costumbres transforman su cerebro por medio de la neuroplasticidad y la expresión de sus genes por medio de la epigenética. Estos individuos contribuyen a la evolución de su cultura y de sus instituciones, para que este proceso se repita en cada generación. De este modo, podemos esperar la evolución anhelada hacia una mayor cooperación y hacia sociedades altruistas.
Este ideal está a nuestro alcance. Las investigaciones recientes muestran que desde la pequeña infancia estamos programados para la cooperación y para ser serviciales. Incluso los bebés más pequeños reconocen la bondad hacia los demás y prefieren esto que el maltrato. En el “baby lab” de Paul Bloom en la Universidad de Yale, unos niños de 6 a 10 meses de edad fueron capaces de identificar el comportamiento bondadoso y de demostrar su preferencia hacia la bondad en lugar del maltrato. De manera similar, en el Instituto Max Planck de Leipzig se observó a bebés mayores a partir de 12 meses de edad manifestando espontáneamente comportamientos de ayuda mutua y de cooperación, sin que les haya sido enseñado por los adultos y sin ningún tipo de recompensa.
Con estas bases, podemos comenzar a promover una sociedad más altruista, enfocándonos en cinco puntos:
• Necesitamos acentuar la cooperación, lo cual incluye favorecer el aprendizaje cooperativo en lugar del competitivo, en las escuelas y dentro de las organizaciones.
• Necesitamos enfocarnos en una armonía sostenible, que reduzca la desigualdad y preserve nuestro medio ambiente, haciendo más con menos.
• Necesitamos fomentar una economía solidaria. Una economía dirigida por intereses egoístas no puede dar remedio a la pobreza o al cuidado del medio ambiente.
• Necesitamos compromiso local con un sentido de responsabilidad global.
• Necesitamos expandir el altruismo a las demás formas de vida, es decir, a los 1,3 millones de especies catalogadas que son nuestros conciudadanos en este mundo.
El altruismo no de debe ser relegado al noble reino de los pensadores utópicos sostenido por unos pocas personas ingenuas de corazón grande. Por el contrario, se trata de un factor determinante de la calidad de nuestra existencia, ahora y en el futuro. Necesitamos tener la perspicacia para reconocerlo y la audacia para proclamarlo. La revolución del altruismo está en marcha. Seamos parte de ella.
Fotografía tomada por el autor en Bretaña, Francia.