Recientemente, un corresponsal de la agencia de prensa francesa AFP, que amablemente me entrevistó en Dolpo (Nepal), me recordó aquella anécdota según la cual este humilde servidor sería ‟la persona más feliz del mundo”. Le dije, evidentemente, que esa historia no tenía ningún sentido y que se trataba simplemente de una broma de la que me costó mucho tiempo liberarme.
Por supuesto, es mejor ser considerado la persona más feliz del mundo que lo contrario, pero esta afirmación no se basa en fundamentos científicos. Hace unos años, la cadena de televisión australiana ABC realizó un documental sobre la felicidad, en el que yo participé. En un momento dado, el locutor dijo ‟y aquí tenemos a quien probablemente sea la persona más feliz del mundo”. El asunto se quedó ahí, pero unos años después, el periódico inglés The Independent publicó una historia en portada titulada ‟La persona más feliz del mundo”. A partir de ahí, las cosas se descontrolaron.
Lo cierto es que cualquiera puede encontrar la felicidad si la busca en el lugar adecuado. La verdadera felicidad sólo es posible si se cultivan a largo plazo la sabiduría, el altruismo y la compasión, y si se erradican totalmente las toxinas mentales como el odio, la avaricia y la ignorancia.
El periodista basó su historia en el hecho de que durante varios años participé en una investigación sobre neurociencia en los EEUU, especialmente con Richard Davidson, en la Universidad de Madison, en Wisconsin. Se constató que cuando las personas que meditaban desde hacía tiempo se centraban en la meditación sobre la compasión, se incrementaba la actividad de ciertas zonas del cerebro hasta una magnitud nunca vista. Además, se descubrió que algunas de las zonas cerebrales activadas de esta manera estaban relacionadas con emociones positivas. Los resultados fueron similares en más de 20 meditadores experimentados, pero yo fui uno de los primeros en participar en el experimento. Eso es todo.
Cuando la historia apareció en varios periódicos, intenté aclarar esta absurda exageración, pero fue en vano. Me disculpé ante mis amigos científicos, y ahora intento tomármelo con filosofía y ver el lado divertido de esta historia, sobre todo cuando mis amigos bromean sobre ello. Me lo tomo como una buena lección de humildad.