Es mucha la importancia que se le da, por un lado, a la inteligencia humana, justificando con argumentos engañosos nuestra “dominación de la naturaleza”, la cual es ilusoria y efímera, y por otro lado, a la instrumentalización masiva de las demás especies vivientes. El economista y ambientalista chileno Manfred Max-Neef afirma que el destacable desarrollo de la inteligencia humana viene acompañado con la facultad de enceguecerse voluntariamente frente a la realidad. Ninguna colonia de hormigas, bandada de pájaros migratorios o manada de lobos se comportará nunca de manera “estúpida”, ni tomará decisiones que perjudiquen de manera evidente su supervivencia o aquella de su especie. Max-Neef concluye de manera provocadora afirmando que la “estupidez es exclusiva del ser humano”. Con ello no pretende ofender a los humanos, por el contrario, busca incitarlos a tener más sentido común. La codicia también parece ser exclusiva del ser humano, puesto que los animales no desperdician su tiempo, ni su energía acumulando más bienes de los que necesitan para su supervivencia, mientras que por el contrario, la acumulación de cosas superfluas es la base de la sociedad de consumo. Pepe Mujica, el sabio presidente de Uruguay, acusa a la mayoría de los dirigentes del mundo por el hecho de fomentar una “pulsión ciega de promoción del crecimiento por medio del consumo, como si lo contrario significara el final del mundo”.
La visión caricatural del homo economicus, cuyo objetivo no es más que la promoción de sus intereses y preferencias personales, da lugar a la visión del homo altericus, que toma en consideración el interés de todos. Si la mano invisible de la economía desregulada del mercado libre es la de un ciego egoísta, entonces las consecuencias para la sociedad serán desastrosas.