La pesca y la caza son practicadas por varias comunidades para sobrevivir. Cuando no es así, éstas se clasifican dentro de la categoría de las “actividades deportivas”. Al ser interrogado sobre la caza, el naturalista y explorador Théodore Monod, respondió: “Que los hombres prehistóricos hayan tenido necesidad de matar animales, es evidente. Hoy en día, los esquimales matan focas, y los bosquimanos cazan jirafas, puesto que lo necesitan. No tienen otra opción. Pero en los demás lugares, se trata de algo totalmente anacrónico. Aquí no cazamos más para defendernos, ni para alimentarnos. Cazamos para divertirnos”.
Los cazadores de los países pudientes consumen la mayoría de sus presas, pero es raro que necesiten hacerlo para sobrevivir. Además, dentro de las motivaciones declaradas por los cazadores no se menciona la búsqueda de alimento, sino el contacto con la naturaleza (99%), la convivialidad (93%) y el mantenimiento del territorio (89%). A pesar de ser objetivos laudables, éstos no requieren en lo más mínimo el uso de un fusil.**
Al tener 1,2 millones de cazadores, Francia posee el porcentaje de cazadores más elevado de Europa. El porcentaje pasó de 4,5 a 1,5% de la población entre 1970 y 2014, y disminuye especialmente en la categoría de los jóvenes. La imagen tradicional del cazador típico, es decir, el agricultor que va a disparar a los conejos el domingo para hacer un encebollado, es anticuada: el cazador es cada vez más citadino y tiene entre 55 y 60 años. Los agricultores ya sólo representan el 12% de los cazadores.
Sin embargo, los cazadores siguen ejerciendo una influencia desproporcionada sobre el uso de los espacios naturales. Como lo explica Marc Giraud en su reciente libro “Comment se promener dans les bois sans se faire tirer dessus” (¿Cómo pasear por el bosque sin ser víctima de disparos?): “La caza sólo representa una pequeña parte de la utilización que dan los ciudadanos a nuestros territorios. Más de 2 millones de jinetes, más de 15 millones de caminantes, más de 20 millones de ciclistas, a los cuales se suman los simples paseantes, los cosechadores de setas, los grupos escolares, los naturalistas, los artistas, los fotógrafos, los deportistas, etc. -categorías en plena expansión- forman una gran mayoría con respecto al millón de cazadores que existe en Francia”.
Tal influencia de los cazadores se extiende hasta el aprovechamiento de los espacios naturales, hasta la seguridad de aquellos que desean aprovechar de dichos espacios y de las especies que allí viven, y finalmente, se extiende hasta las instancias gubernamentales. Tal como lo explica Marc Giraud: “La representación excesiva de los cazadores en los organismos consultados previamente a la publicación de las leyes es prueba de la ausencia de democracia en: el Consejo nacional de la caza y de la fauna salvaje (CNCFS) y en las Comisiones departamentales de la caza y de la fauna salvaje (CDCFS).
Si se toma únicamente como ejemplo la CDCFS del Ródano, los cazadores y tramperos representan 43% de sus miembros, mientras que las asociaciones de protección ambiental sólo representan el 8%. Desmotivados por la inutilidad de su presencia en dichas comisiones, varios biólogos y protectores del medio ambiente han declinado su participación. “De todas formas su opinión no tenía ninguna posibilidad de ser tenida en cuenta”. Los representantes de la caza bloquean sistemáticamente las recomendaciones de los científicos y de los especialistas de la fauna salvaje y del medio ambiente, a quienes llaman amablemente “estafabiologos”.
La caza, como toda actividad que se ejerza a pesar del sufrimiento y de la vida de otros seres sensibles, genera un problema moral mayor. El famoso naturalista Jean-Henri Fabre, autor de los diez volúmenes de “Souvenirs d’un entomologiste” (Recuerdos entomológicos) que son un monumento de observación de la naturaleza, decía con respecto al tema: “El animal construye como nosotros, sufre como nosotros, generalmente como victima de nuestras brutalidades. Aquel que hace sufrir a los animales sin razón alguna, comete una acción salvaje, que yo encantado llamaría “inhumana”, puesto que tortura una carne, hermana de la nuestra y brutaliza un cuerpo que comparte con el nuestro el mismo mecanismo de la vida y la misma capacidad de sentir dolor”.***
Giraud, M. (2014). Comment se promener dans les bois sans se faire tirer dessus (¿Cómo pasear por el bosque sin ser víctima de disparos?), Paris: ALLARY.
* Nakos, J. (2008). Théodore Monod et les protestants français défenseurs des animaux (Théodore Monod y los protestantes franceses defensores de los animales), Les Cahiers antispécistes, n° 30-31, diciembre de 2008. Citado por Caron, A, 2510
**Sacado de: http://www.abolition-chasse.org/chasse_chasseurs.htm
*** Jean Henri Fabre. Citado por Géraud, A. (1939). Déclaration des droits de l’animal (Declaración de los derechos del animal). Biblioteca A. Géraud, p. 29. En Jeangène Vilmer, J.-B. (dir.) (2011b). Op. cit., p. 244.