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In Memoriam: Padre Ceyrac (1914-2012), un hombre de gran corazón

El padre Pierre Ceyrac falleció en India el 30 de mayo de 2012 a los 98 años. Murió pacíficamente una tranquila mañana india, «sin dolor, relajado y sereno», según quienes estaban a su lado. Vivió gran parte de su vida en los campos de Tamil Nadu, en el sur de India, y solía andar en moto, incluso en edad avanzada, para pasar tiempo con los que solía llamar «mis niños», y a quienes ayudó tanto y les dio tanto amor.

El padre Ceyrac tenía pocos medios económicos, pero era muy rico en compasión, y el amor que le dio a otros no tenía límite. Había venido a vivir al subcontinente indio en 1937 y, a lo largo de los años, gracias a la ayuda de estudiantes voluntarios indios, pero también franceses, construyó aldeas enteras que acogieron a 47 000 niños que vivían en la pobreza. Les dio de comer a estos «marginados» a quienes la sociedad india rechazaba demasiado a menudo, y apoyó su educación para ayudarlos a convertirse en adultos «con la cabeza bien alta». También construyó dispensarios para indigentes, leprosos y marginados. Durante 13 años, sirvió además en campos de refugiados camboyanos, a lo largo de la frontera tailandesa.

El padre Ceyrac, que en India se había hecho casi tan famoso como la Madre Teresa, eligió pasar lo que le quedaba de vida humildemente entre los humildes y los pobres, porque «a mi edad», dijo, «amar es lo que aún puedo seguir haciendo».

Hace unos años, tuve el placer de reunirme con él varias veces. Estas son algunas de sus palabras:

‟En el amor, si no hay respeto, no amamos verdaderamente. Si no hay ternura, no amamos verdaderamente. En India, nunca me dirijo a una persona pobre en tono coloquial. Los colonos, los ricos y los miembros de las castas altas son los que les hablan con superioridad a los pobres. La pobreza y la miseria son dos cosas diferentes. La miseria (al igual que la riqueza) puede deshumanizar. La pobreza jamás lo hace. Jesucristo, los apóstoles, la Virgen María, eran pobres. Nuestra misión es ayudar a nuestros amigos indios a que sean más, en lugar de que posean más. «El gran desarrollo», dijo Gandhi, «es ser más».

‟Siempre me sorprende la falta de bondad que se encuentra en las calles y en el metro de París. La gente evita el contacto y no sonríe a los demás. Si uno muestra un gesto de simpatía, a la gente le parece raro. Una sonrisa a veces puede ser vista como invasiva. Sin embargo, en India, si uno no habla con alguien que ha tenido al lado al cabo de treinta segundos, es porque es sordo o mudo. En los trenes en India, compartimos todo lo que tenemos. Estamos todos juntos; hablamos de vagón a vagón. Participamos en la conversación del que viaja en el banco de arriba; ofrecemos nuestras bananas al vecino que está debajo. En los trenes nocturnos, todos están en pijamas al cabo de cinco minutos, y hablan unos con otros como si fueran familiares».

‟A pesar de todo, incluso en Francia, me sorprende la inmensa bondad de la gente, incluso cuando viene de aquellos que parecen mantener los corazones y los ojos cerrados. Los otros, todos los otros, son los que hilan los tejidos de nuestras vidas y le dan forma a la sustancia de nuestra existencia. Cada persona es una «nota en la gran sinfonía del universo», como dijo el poeta Tagore una vez. Y nadie puede resistirse al llamado del amor. Después de un tiempo, todos sucumbimos ante él. Creo realmente que el hombre es intrínsecamente bueno. Debemos siempre ver el bien, la belleza en el otro; jamás tenemos que destruir, sino buscar lo mejor del hombre ‘que está de pie con la frente alta’, sin distinción de religión, casta o creencia».

‟Una vez, en Camboya, me crucé con unas ancianas sin dientes, a las que también les habían roto la nariz mientras la torturaban. Debían de tener entre 75 y 80 años, y tenían la piel toda arrugada. Les dije: ‘Son tan hermosas’. Se pusieron tan contentas, me dijeron que ‘¡nadie nos dice eso!’, e intentaron llevarme en andas. Como estaban bastante débiles, cayeron bajo mi peso. También en Camboya, unos monjes budistas me invitaban a menudo a su monasterio y me hacían sentar en el lugar que le correspondía al abate. Rezábamos juntos; era impresionante. Nuestra oración era universal, una oración de amor universal. Necesitamos amar para vivir, así como necesitamos respirar».

‟Algunos hombres han tenido una influencia de por vida sobre mí, como Mahatma Gandhi. A veces, basta estar con alguien unos segundos para que esa persona determine el resto de nuestra existencia. Es como cuando dos trenes se cruzan. Claro que hoy en día, en Occidente, los trenes van demasiado rápido, y ya no tenemos tiempo para mirar. En los trenes en India, a veces le soplo un beso a alguien que está en el tren que se cruza con el mío, y obtengo una respuesta».

En ocasión de uno de nuestros encuentros, el padre Ceyrac, que estaba saliendo del metro, me dijo: ‟La gente es tan hermosa. Pero no lo sabe».