El mundo tiene suficiente para las necesidades de todos, pero no lo suficiente para la codicia de todos. – Gandhi
La economía debe existir para servir a la sociedad, no para que la sociedad sirva a la economía. También debe beneficiar a la sociedad en su conjunto.
Sin condonar la imposición de restricciones esterilizadoras al espíritu de empresa, la innovación y la prosperidad, la regulación económica debe impedir que los impulsados únicamente por el propio interés aprovechen las complejidades del sistema financiero para desviar una cantidad desproporcionada de recursos en comparación con su contribución al conjunto. Como dijo el escritor francés Daniel Pennac,
«La felicidad individual debe tener resultados colectivos, en el que la sociedad no es más que el sueño de un depredador». [1]
El Estado debe proteger a los débiles, garantizar que el trabajo de todos sea remunerado de manera justa y garantizar que los privilegiados y los más ricos no ejerzan su poder para influir en las decisiones políticas a su favor.
Una economía se vuelve disfuncional cuando aquellos que han hecho una contribución negativa a la sociedad son los que cosechan la mayor recompensa. Un ejemplo sería el autócrata que se vuelve inmensamente rico al apropiarse de los recursos naturales de su país, o incluso el banquero que recibe bonos colosales a pesar de que sus acciones han colocado a la sociedad en una situación precaria.
Una economía sana no debe dar paso a desigualdades desproporcionadas. Esto no se refiere a las formas naturales de disparidad que se manifiestan en cualquier comunidad humana, sino más bien a una desigualdad extrema que deriva no de las disposiciones reales de las personas, sino de los sistemas económicos y políticos que están sesgados para promover esta iniquidad.
Nada de esto es inevitable, y es totalmente posible poner las cosas en un rumbo diferente, siempre que haya una voluntad popular y política para hacerlo. Incluso en el mundo de la economía, el respeto a los valores humanos ejemplificados por el altruismo no es un sueño idealista sino una expresión pragmática de la mejor manera de lograr una economía justa y una armonía a largo plazo. Para ser armonioso, la búsqueda de la prosperidad debe acomodar una aspiración para el bienestar de todos los ciudadanos y el respeto por el medio ambiente. Los economistas podrían argumentar que no es su trabajo ser altruistas o compasivos, pero si dicen que no «cuidan» a la sociedad, ya no es aceptable. Es por eso que necesitamos una economía más cuidadosa.
Homo Economicus, Racional, Calculador y Egoísta
El concepto de «humano económico», Homo economicus, apareció a finales del siglo XIX como una respuesta crítica a los escritos de John Stuart Mill [2] sobre economía política. Esto implica una representación teórica de las relaciones entre los seres humanos, identificándolos como agentes egoístas capaces de hacer elecciones racionales que optimicen sus posibilidades de satisfacer sus propias preferencias y promover sus propios intereses [3].
Esta concepción de la economía es a la vez simplista y errónea. Como dice el ganador del Premio Nobel y profesor de Harvard Amartya Sen:
«Tomar el egoísmo universal como leído puede muy bien ser delirante, pero convertirlo en un estándar para la racionalidad es totalmente absurdo» [4].
Cualquier teoría de la economía que excluye el altruismo es fundamentalmente incompleta y disminuida. Sobre todo está en desacuerdo con la realidad, y como tal está condenada a fallar. Esencialmente los complejos modelos matemáticos creados por los economistas neoclásicos para tratar de explicar los comportamientos humanos se basan en presupuestos que son en su mayor parte falsos, ya que la mayoría de las personas no son totalmente egoístas.
Las emociones, las motivaciones y los sistemas de valores influyen indudablemente en la toma de decisiones económicas. Dado que este es el caso, es mejor que estas emociones sean positivas y sus motivaciones sean altruistas. ¿Por qué no introducir la voz del cuidado en la economía, en vez de satisfacernos con la voz de la razón, una voz necesaria pero insuficiente en la que los economistas ponen demasiada importancia?
Extracto de En defensa del altruismo de Matthieu Ricard