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Hacia la benevolencia para todos

Plaidoyer pour les animaux (Alegato en defensa de los animales), publicado recientemente por Allary Editions es una secuencia lógica y necesaria de defender el altruismo. Constituye un humilde incentivo para no apartar la mirada del destino que infligimos sin descanso a miles de millones de animales, de tomar conciencia de la forma en que son instrumentalizados, maltratados y sacrificados, para después decidir en nuestra alma y conciencia si queremos remediar esta situación.
No hay duda de que existen tantos sufrimientos entre los seres humanos que podríamos pasar una vida entera para aliviar solo una ínfima parte. Sin embargo, preocuparse del destino de unos 1,6 millones de otras especies que pueblan el planeta no es ni irreal ni indecente, como me han dicho recientemente en una entrevista televisada, ya que, la mayor parte del tiempo, no es necesario elegir entre el bienestar de los humanos y el de los animales. Vivimos en un mundo esencialmente interdependiente, donde el destino de cada ser, sea el que sea, está íntimamente ligado al de los demás. No se trata de no ocuparse más que de los animales, pero sí de ocuparse también de los animales.
No se trata tampoco de humanizar a los animales, o de animalizar al hombre, sino de extender a ambos nuestra benevolencia. Esta extensión es más una cuestión de actitud responsable con lo que nos rodea que de localización de recursos limitados de los que disponemos para actuar en el mundo.
A pesar de nuestro asombro ante el mundo animal, perpetramos una masacre de animales en una escala sin precedentes en la historia de la humanidad. Todos los años, 60 000 millones de animales terrestres y 1000 millones de animales marinos son asesinados para nuestro consumo.
Por otra parte, estos asesinatos en masa y su corolario, el sobreconsumo de carne en los países ricos, son una locura global: mantienen el hambre en el mundo, hacen crecer los desequilibrios ecológicos y son nocivos para la salud humana. El impacto de nuestro estilo de vida sobre la biosfera es considerable: al ritmo actual, de aquí a 2050, habrán desparecido el 30 % de todas las especies animales.
Vivimos en la ignorancia de lo que infligimos a los animales (muy pocos de nosotros hemos visitado una granja industrial o matadero, y aunque quisiéramos, es casi imposible de entrar allí para conocerlos) y mantenemos una forma de esquizofrenia moral que nos hace ofrecer un buen cuidado de nuestras mascotas, mientras plantamos nuestros tenedores en los cerdos que se envían al matadero por millones, que no son menos conscientes, sensibles al dolor e inteligentes que nuestros perros y gatos.
Innumerables estudios científicos sacan a la luz la riqueza de las capacidades intelectuales y emocionales, demasiado a menudo ignoradas, con las que están dotadas una gran parte de las especies animales. Muestran igualmente el continuo que une todas las especies animales y permite volver a trazar la historia evolutiva de las especies que pueblan hoy el planeta. Desde la época en la que teníamos ancestros comunes con otras especies animales, también llegamos al Homo sapiens a través de una larga serie de etapas y de cambios mínimos. Dentro de esta lenta evolución, ningún «momento mágico» que permitiera conferirnos una naturaleza fundamentalmente diferente de numerosas especies de homínidos que nos han precedido. Nada que justifique un derecho de total supremacía sobre los animales.
El punto común más llamativo entre el hombre y el animal es la capacidad de sentir el sufrimiento. ¿Por qué hacemos oídos sordos todavía, al inicio del siglo XXI, de los dolores inconmensurables que les hacemos sufrir, sabiendo que una gran parte de los sufrimientos que les infligimos no son ni necesarios ni inevitables? Por otra parte, no hay ninguna justificación moral del hecho de imponer sin necesidad el sufrimiento y la muerte de quien sea.
Plaidoyer pour les animaux (Alegato en defensa de los animales), de Matthieu Ricard, Allary Editions