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Elogio y crítica

Desear las alabanzas y temer las críticas son preocupaciones innecesarias para nuestra mente. Esas preocupaciones, cada una a su manera, promueven y refuerzan nuestra vulnerabilidad ante las opiniones y los comentarios de los demás.

Deseamos ardientemente los elogios porque adulan nuestro ego, y tememos las críticas, que nos amenazan. Sin embargo, la urgencia y un sentido exagerado de la propia importancia son una fuente de angustia. Cuando alguien nos elogia, debemos pensar que no es a «nosotros» como personas a quien admira, sino que elogia las cualidades humanas y las acciones constructivas que podemos mostrar y lograr. No es el individuo quien merece ser ensalzado, sino la virtud que esa persona manifiesta.

Del mismo modo, cuando somos blanco de críticas, si están justificadas, se las debe recibir con beneplácito y considerarse beneficiosas, porque nos permiten ser más conscientes de los defectos o de los errores que necesitamos corregir o rectificar. Si la crítica no tiene fundamentos, ¿para qué preocuparse? La paz interior surge de una conciencia serena y no de lo que cualquier persona diga. Es mejor tener una mente en calma, incluso aunque alguien, por error, nos haya atribuido faltas, que cubrirnos con elogios aunque sepamos sobradamente que nos hemos comportado mal.

El elogio y la crítica son como el viento: ecos, ilusiones. Su único poder para perturbarnos es el que le otorguemos. Si no nos preocupamos porque nuestra imagen brille, no temeremos que se manche. Los elogios y las críticas no modifican en modo alguno lo que somos: solo afectan nuestra «imagen», que simplemente es una ventana a nuestro ego y un espejo de las opiniones de los otros.

Ante todo, lo que más importa es controlar en todo momento que nuestra motivación sea apropiada, para que se torne tan altruista como sea posible; es decir, sentir un interés sincero por el destino de los otros mientras que, al mismo tiempo, trabajamos para nuestro propio desarrollo. Con el fin de lograrlo, debemos cultivar virtudes fundamentales, principalmente el amor altruista, la compasión, la fortaleza de ánimo, la libertad interior y la sabiduría. Si tenemos éxito, ¿por qué preocuparnos por lo que digan los demás? Una vez que el ego haya desaparecido, aquellos que hablen solo estarán murmurando sobre un hombre muerto.

Una actitud como esa nos otorga una inmensa libertad. Como el Dalai Lama dice a menudo: «Algunas personas me consideran una deidad viviente. Eso es absurdo. Otros me ven como un demonio, un lobo vestido con la túnica de un monje». Y luego echa a reír.