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El impacto de las emociones

La manera más sencilla de distinguir nuestras emociones es examinar su motivación (objetivo y actitud mental) y sus resultados. Si una emoción fortalece nuestra paz interior y busca el bien de otros, es positiva, o constructiva; si destroza nuestra serenidad, perturba profundamente a nuestra mente y apunta a dañar a otros, es negativa, o aflictiva. En cuanto al resultado, el único criterio es el bien o el sufrimiento que creamos con nuestros actos, palabras y pensamientos, para nosotros así como para otros.

Esto es lo que diferencia por ejemplo, la ‟ira sagrada” – indignación ante la injusticia – de la furia nacida de un deseo de lastimar a alguien. La primera ha liberado a la gente de la esclavitud y el dominio y nos mueve a marchar a las calles para cambiar el mundo; busca terminar con la injusticia tan pronto sea posible o hacer que alguien note el error de su actuar. La segunda sólo genera tristeza.

Como dijo el poeta tibetano Shabkar: ‟Alguien con compasión es bueno incluso enojado; alguien sin compasión matará incluso con una sonrisa”.