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El espejismo del PIB

Como nos lo recuerda Marie Monique Robin en su libro Crecimiento sagrado (Sacrée croissance!
), Simon Kuznet, ganador del premio del banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel, había demostrado hace sesenta años que el “ingreso nacional” –el ancestro del PNB (Producto Nacional Bruto)- sólo mide algunos aspectos de la economía y que por lo tanto no debería servir nunca para evaluar el bienestar, o incluso, el progreso de una nación: “El bienestar de un país puede […] difícilmente deducirse de la medición del ingreso nacional”, escribía Kuznets en 1934. Además llamaba la atención sobre el hecho de que no basta con interrogarse sobre lo que aumenta de manera cuantitativa, pero también sobre la naturaleza de aquello que aumenta: “Hay que tener en mente la diferencia entre cantidad y calidad del crecimiento […]. Cuando uno se fija como objetivo obtener “más” crecimiento, habría que precisar de qué y para qué”.

Hace aproximadamente cuarenta años, en el momento en que se presentaba a la presidencia de los Estados Unidos, el senador Robert Kennedy declaró de manera visionaria:

“Hace mucho y de manera exagerada, abandonamos la excelencia y los valores de la sociedad, privilegiando la acumulación de bienes materiales. […] Este PIB contabiliza la contaminación del aire, la publicidad de los cigarrillos y los ingresos de las ambulancias que se encargan de los heridos cuando hay accidentes de tránsito. También toma en cuenta la destrucción de nuestras secuoyas y de nuestras maravillas naturales en una expansión caótica. Toma en cuenta el napalm, el costo de las cabezas nucleares y también los vehículos blindados de la policía, que combaten los motines en nuestras calles. Además toma en cuenta los fusiles y los cuchillos, así como los programas de televisión que glorifican la violencia con el fin de vender juguetes a nuestros hijos. Pero el producto interno bruto no tiene en cuenta la salud de nuestros hijos, ni la calidad de su educación, ni el placer de sus juegos. No tiene en cuenta la belleza de nuestra poesía, ni la solidez de nuestros matrimonios, ni la inteligencia de nuestros debates públicos, ni la integridad de nuestros responsables oficiales. Tampoco mide nuestro humor, ni nuestra valentía, ni nuestra sabiduría, ni nuestros conocimientos, ni nuestra compasión, ni nuestra devoción por nuestro país. En resumen, mide todo, excepto aquello que da valor a nuestra vida”.

Nada puede remplazar el aire puro, ni una vegetación intacta, ni las tierras sanas y fértiles. Por lo tanto, es esencial distinguir y evaluar de manera justa, el valor de los diferentes tipos de capital –industrial, financiero, humano y natural- y acordar a cada uno de ellos, la importancia que merece.

Marie-Monique Robin, (2014). Crecimiento sagrado (Sacrée croissance !
). La Découverte.

Leer igualmente: Dominique Meda,(2008). Más allá del PIB: por una medición diferente de la riqueza (Au-delà du PIB: Pour une autre mesure de la richesse). Ediciones Flammarion.