El padre Ceyrac tiene 97 años y aún vive en India, cerca de aquellos a quienes ha entregado tanto apoyo y tanto amor. Con escasos recursos, este sacerdote jesuita francés, que ha vivido en la región india de Tamil Nadu durante casi medio siglo, ha logrado rescatar de un estado de completo abandono a 45 000 niños gravemente afectados por la pobreza. Su organización les brindó alimentación y los apoyó en su educación. Hace pocos años, tuve la oportunidad de reunirme con él en varias ocasiones y, en particular, hablar con él durante una entrevista que le hizo la periodista francesa Claudine Vernier-Palliez. A continuación, les ofrezco algunos extractos de nuestra conversación.
M.R.: El Dalai Lama dice con frecuencia que la religión es una opción, pero que la bondad, el amor y la compasión constituyen una necesidad para todos los seres sensibles.
P.C.: En el amor, si no existe el respeto, no amamos de verdad. Si no hay ternura, no amamos de verdad. En India, yo nunca me dirijo a una persona pobre de manera coloquial. Los colonizadores, los ricos y los miembros de las castas altas son quienes les hablan con desprecio. La pobreza es una cosa y la indigencia es otra. La indigencia (al igual que la riqueza) puede deshumanizar. Pero la pobreza nunca lo hará. Jesucristo, los apóstoles y la Virgen María eran pobres. Nuestra misión es ayudar a nuestros amigos indios a ser más, y no tanto a tener más. ‟El gran desarrollo,” dijo Gandhi, ‟es ser más.”
M.R.: La ternura y la empatía corresponden a esta franqueza que tenemos en nuestro núcleo mismo con respecto al sufrimiento de los demás y que nos impide endurecernos por dentro. La caparazón protectora que nos separa de los demás se elimina por medio de la compasión.
P.C.: Siempre me ha llamado la atención la falta de bondad que existe en las calles y el metro parisienses. Las personas evitan el contacto y no se sonríen entre ellas.
M.R.: Si uno hace un gesto de amabilidad, la gente normalmente lo encuentra extraño. Una sonrisa a veces puede considerarse una amenaza. No obstante, en India, si uno no le habla a la persona que está al lado antes de medio minuto, significa que uno es sordo o mudo.
P.C.: En los trenes de India, compartimos todo lo que tenemos. Todos estamos juntos; hablamos de un automóvil a otro. Participamos de la conversación del pasajero que va en el asiento de la derecha u ofrecemos un plátano al pasajero que va a la izquierda. En los trenes nocturnos, a los cinco minutos de partir, todos tenemos el pijama puesto y hablamos unos con otros como si fuéramos parientes.
M.R.: En Francia, después de una hora, apenas nos atrevemos a mirar a la persona que va a nuestro lado en el tren o en el avión. Y, si por casualidad esa persona nos mira, en realidad no nos está viendo. Es como si uno fuera transparente.
P.C.: A pesar de todo, incluso en Francia, me impresiona el enorme grado de amabilidad que tiene la gente. Hasta aquellos quienes aparentan tener el corazón y los ojos cerrados pueden ser amables. Son los demás, todos los demás, quienes fabrican el tejido de nuestras vidas y dan forma a la sustancia de nuestra existencia. Cada persona es una «nota en la gran sinfonía del universo», como dijo el poeta Tagore. Y nadie puede resistir el llamado del amor. Después de un tiempo, todos sucumbimos a él. Verdaderamente pienso que el ser humano es intrínsecamente bueno. Siempre debemos ver lo bueno y lo bello en otra persona; nunca destruir, sino que siempre buscar lo mejor de una persona «que se mantiene erguida y con la cabeza en alto», sin distinciones debido a la religión, la casta o la filosofía.
Foto: Olivier Follmi