La palabra empatía significa una resonancia efectiva con alguien más. Si te conmueve el sufrimiento de alguien, incluso aunque hagas una distinción clara entre ti mismo y esa persona, sufres porque ella sufre. También puedes sentir alegría cuando ella sienta alegría. Los investigadores han descubierto que parte de su red cerebral asociada con el dolor se activa en los sujetos cuando ven a alguien ser lastimado.
Si se repite en el tiempo, la resonancia empática con el dolor de otros puede llevar a una angustia empática y agotamiento emocional o a quemarse. Según un estudio realizado en Norteamérica, el 60% de todas las enfermeras, doctores y cuidadores que están en contacto directo con pacientes que experimentan sufrimiento han tenido o tendrán desgaste en algún momento de su vida profesional.
La compasión y el amor desinteresado están asociados con las emociones positivas. En base a esto, en el curso de mi colaboración con Tania Singer, neurocientífica Directora del Max Planck Institute en Leipzig, nos dimos cuenta que el desgaste era debido en realidad a la «fatiga por empatía» y no a la «fatiga por compasión». De hecho, la compasión lejos de llevar a la angustia y el desaliento refuerza nuestra fortaleza, nuestro equilibrio interior y nuestra determinación valiente de ayudar a los que sufren. En esencia, desde nuestro punto de vista, el amor y la compasión no se desgastan. En cambio ayudan a superar la angustia empática.
Estas tres dimensiones – amor altruista, empatía y compasión – están conectadas naturalmente. Dentro del amor altruista, o benevolencia, la empatía nos alerta de que la otra persona puede estar sufriendo. La compasión – el deseo de dispersar estos sufrimientos y sus causas – viene a continuación. Por tanto, cuando se enfrenta con el sufrimiento, el amor altruista, catalizado por la empatía, se transforma en compasión.