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Derechos y aspiraciones

Thorbjorn Jagland, Presidente del Comité del Premio Nobel, expresó en la reciente ceremonia en Noruega: ‟Las personas como Liu Xiaobo no son disidentes; ellas representan los valores y los estándares comunes del mundo”. Señalando la silla vacía de Liu Xiaobo, Jagland dijo: ‟Este hecho en sí mismo sugiere que el Premio era necesario y apropiado”. También nos recordó a los anteriores ganadores del Premio Nobel de la Paz a quienes los gobiernos opresores no les permitieron asistir y recibir sus premios.

Jagland enfatizó especialmente el paralelo entre la democracia y los derechos humanos. La definición y el mismísimo significado de «derechos humanos» continúan generando mucha controversia.  Las democracias occidentales centran su atención en los derechos inalienables del individuo y, por otro lado, algunas culturas orientales enfatizan otros valores grupales (la familia/la comunidad de la villa) o valores de estado (la ley y el orden según lo definido por una forma en particular de gobierno que, a menudo, es autoritaria). De estas diferencias surgen innumerables discusiones, y ambas partes quieren imponer sus puntos de vista sobre la otra.

¿El individuo es sagrado o el beneficio de un grupo más amplio debería tener más importancia? Los utilitaristas y los defensores de la ética kantiana han debatido incesantemente esta cuestión.

Estos argumentos podrían simplificarse si mantenemos en mente nuestros objetivos comunes. Fundamentalmente, nadie quiere sufrir y todos aspiramos a lograr un estado de bienestar. ¿Aquellos que luchan por una forma en particular de «derechos» están considerando honesta y genuinamente el interés de los demás? ¿El interés de la menor o de la mayor cantidad de personas? ¿Lo están haciendo para su propio beneficio a corto o largo plazo?

En el mundo real, estas dos ideas sobre los «derechos humanos» fracasan cuando el egoísmo influye en ellas. El concepto de «derechos humanos» lleva fácilmente al triunfo del egocentrismo e ignora el hecho de que todos somos interdependientes. La idea del «bienestar colectivo» con mucha frecuencia conduce a la opresión de las masas por parte de una élite autoritaria que define el modo en que las personas deberían vivir, por lo general con el propósito rector de conservar el control.

Lo que ambas partes no consideran es, simplemente, que cada miembro de la sociedad quiere evitar el sufrimiento y experimentar la felicidad.

En lugar de usar la palabra dogmática «derechos» sería más preciso centrarse en las aspiraciones de cada individuo y de la comunidad como un todo para evitar sufrir y para alcanzar el éxito en la vida. Reconocer y respetar estas aspiraciones hace que lograr una satisfacción genuina, tanto a nivel individual como social, sea mucho más probable. Ese respeto conduce a la noción de «deberes» o, más exactamente, al sentido de «responsabilidad» que deberíamos sentir por los otros. El principio de «responsabilidad universal», al que el Dalai Lama se refiere a menudo, es otro modo de expresar la naturaleza interdependiente de todos los seres y fenómenos.