El mundo de los negocios es un mundo competitivo, que a menudo resulta muy intenso. La envidia, la hostilidad y el egoísmo sin escrúpulos llevan a una competición insana. Sin embargo, la competición también puede usarse como fuente de inspiración para mejorar lo que hacemos. No obstante, nada sería mejor que una sociedad centrada en la cooperación en vez de en la competición.
La competición no tiene por qué significar eliminar a sus competidores a toda costa. Todo lo contrario, por ejemplo, si una empresa quiere prosperar, debe convertirse en líder e inspirar a potenciales inversores adoptando de manera inteligente unos valores éticos y un enfoque de respeto al medio ambiente.
La competición está relacionada con la exacerbada tendencia moderna al consumismo, cuyos efectos han sido documentados. Tim Kasser, el investigador americano y autor del libro The High Price of Materialism («El alto precio del materialismo»), pasó 25 años analizando miles de personas e investigando la correlación entre tendencia al consumismo y nivel de vida, relaciones sociales, salud, etcétera.
Kasser estableció, junto a su equipo, un cuestionario para evaluar hasta qué punto la gente está vinculada al consumismo, y la importancia que acuerdan a los valores «externos» (riqueza, propiedades materiales, imagen social…) en comparación con los valors «internos» (satisfacción con su vida, amistad, relaciones sociales, valores ecológicos, empatía…).
Observó que cuánta más alta era la puntuación establecida para el «consumo» en la escala, menos satisfecha se sentía la gente. Aquellos que acuerdan más importancia al consumismo buscan placeres hedonistas en constante fluctuación, y se interesan menos por la satisfacción eudemonista derivada de los valores internos y duraderos. Se dejan llevar por los valores materiales y tienen muchos contactos profesionales, pero pocos amigos. Se sienten menos satisfechos con su vida familiar e incluso tienen un peor estado de salud. Se interesan menos por los temas de interés general que afectan al conjunto de la sociedad, como por ejemplo el medio ambiente.
Sin embargo, este tipo de personas desean ser felices tanto como cualquier otro. ¡Nadie se levanta una mañana deseando sufrir todo el día! Pero ellos buscan la felicidad donde no la pueden encontrar. Por lo tanto, necesitamos entender, tanto de manera individual como colectiva, que la satisfacción interior contribuye más que el consumo excesivo a tener una vida exitosa. Consumir es un poco como beber agua salada: cuánta más se bebe, más sed se tiene. Por otro lado, las tradiciones contemplativas han ensalzado valores como la complacencia y la simplicidad durante miles de años.
El anhelo de lo superfluo ha llegado a un punto tan exagerado que necesitamos ser conscientes de ello. Debemos aprender especialmente a no perseguir lo superfluo. Una economía saludable debería poder responder a las necesidades reales de todo el mundo. Sin embargo, dedicamos gran parte de nuestros recursos, trabajo y dinero a perseguir algo que no es ni necesario ni útil para el bien común.
No tiene sentido que una nación sea la más rica y poderosa si también es la más infeliz. Si no hacemos incapié en la «felicidad interior bruta» en vez de en el «producto interior bruto», ¿para qué sirve romperse la espalda trabajando tan duro?
Ciertamente, consumir es vital para nuestra supervivencia, pero necesitamos pensar en cómo darle una dimensión constructiva y altruista. En el contexto de una economía altruista, la gente no actuaría impulsada únicamente por su propio beneficio (teoría económica clásica), sino que la confianza, el respeto por la igualdad y la consideración por los valores intrínsecos de los demás (sin considerar al prójimo como un instrumento para alcanzar nuestros propios intereses) deberían convertirse en el componente primario de los sentimientos y el comportamiento humanos.