Cuando nuestros problemas internos nos llevan a la confusión, no tenemos idea de como calmarlos e instintivamente nos alejamos de ellos. Tratamos de improvisar soluciones temporales y buscar otras condiciones externas que supuestamente deberían hacernos felices. Por la fuerza del hábito, este modo de vivir se convierte en lo cotidiano y ‟¡así es vida!” en nuestro lema.
Aunque la búsqueda de una felicidad hedónica y pasajera puede ser ocasionalmente exitosa, nunca es posible controlar la cantidad, la calidad o la duración de las condiciones externas.
Por lo tanto, debemos dar a la transformación interior de nuestra experiencia toda la atención que se merece.
Si la felicidad es un estado que depende de las condiciones interiores, cada uno de nosotros debe reconocer estas condiciones de modo consciente y luego hermanarlas.
La felicidad no es algo dado, ni es impuesta la miseria. A cada momento estamos en una encrucijada y debemos elegir la dirección que tomaremos.
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