Que nosotros percibamos un objeto como deseable o indeseable no depende del objeto en sí mismo, sino de nuestra percepción. En un objeto hermoso no hay una cualidad inherente que sea beneficioso para nuestra mente, como no hay nada en un objeto desagradable que pueda lastimarla. Si los seres humanos fueran a desaparecer, el mundo de los fenómenos no necesariamente desaparecería con ellos, pero el mundo como lo perciben los humanos ya no tendría ninguna base para su existencia. Las ‟palabras”, del modo en que otras clases de seres las perciben, continuarían existiendo para ellos. Hay un sutra que dice: «Para su amante, una mujer hermosa es un deleite; para un ascético, una distracción; para un tigre, una buena comida».
Aunque a las percepciones las generan los objetos, a ellas, en última instancia, las forja nuestra mente. Cuando vemos una montaña, la primera imagen que se nos viene es una percepción pura, impoluta. Pero desde el segundo instante en adelante, algunas personas pensarán: «Oh, esa montaña se ve peligrosa e inhóspita», mientras que otros pueden pensar: «Ese sería un buen lugar para un retiro». Luego vendrán muchos pensamientos diferentes. Si los objetos se definieran a sí mismos y poseyeran cualidades intrínsecas, independientes del sujeto que los observe, todos deberían percibirlos del mismo modo.