Recientemente, durante una conversación con académicos norteamericanos, mencioné que el entrenamiento de la mente a través de la meditación ayuda al individuo a cambiar su percepción de las situaciones difíciles y a desarrollar recursos internos para hacer frente a los altibajos de la vida.
Algunos de ellos argumentaron que promover esa adaptación era algo muy peligroso; que sería como enseñar a los esclavos que reman en las galeras y a otras personas oprimidas que la solución a sus problemas consiste en meditar y aprender a conformarse, en vez de pedir justicia para liberarse de la opresión; que animaría a los maltratados por otros a desarrollar una actitud de resignación pasiva.
Sin duda, había un gran malentendido entre nosotros.
Desarrollar la capacidad interna de enfrentarse a las circunstancias de la vida, tanto las favorables como las adversas, con fortaleza, seguridad y un cierto grado de serenidad, supone una gran ventaja. En ningún caso se traduce en una resignación impotente ni en tolerar las injusticias. Antes bien, nos impide convertirnos en doblemente esclavos: esclavos de los otros y esclavos de nuestra propia mente.
Por supuesto, debemos hacer todo lo posible por vencer las desigualdades, la opresión y el maltrato, y luchar para conseguir la libertad exterior de cada uno y de los demás. Al mismo tiempo, también es imprescindible alcanzar la libertad interior para evitar estados mentales dolorosos. La fuerza interior, a diferencia de la vulnerabilidad, es la mejor manera de desarrollar una determinación inquebrantable para cambiar también las circunstancias externas, siempre que sea posible.
El individuo que está constantemente a merced de sus pensamientos tiene más facilidad de verse abrumado cuando se le presentan problemas internos o externos. Sean cuales sean las circunstancias exteriores, es la mente la que traduce estas circunstancias en felicidad o tristeza. Evitar sentirse devastado por los sucesos indeseables no es sinónimo de resignación. Interpretada correctamente, esta actitud no anima a nadie a cultivar la pasividad, sino que nos evita una doble dosis de sufrimiento.