Es bueno abandonar lo superfluo e inútil lo más rápido posible y no aferrarse a ello por inercia o por hábito. Si voy de excursión a la montaña, y a mitad de camino encuentro que mi mochila está medio llena de provisiones y medio llena de piedras, me desharía de estas últimas con gusto.
De la misma manera, en la vida, hay muchas cosas y preocupaciones que no contribuyen de ninguna manera a nuestra verdadera felicidad. Por lo tanto, ¿por qué no abandonar estas causas de tormento?
Por otro lado, no debemos, bajo ninguna circunstancia, abandonar la búsqueda de lo que realmente vale la pena: la transformación de uno mismo para servir mejor a los demás.
En cuanto a la sensación de ser abandonado por otros, es sin duda una experiencia dolorosa, pero qué absurdo. ¿Qué es lo que se abandona?
¿Es nuestro propio ser o más bien un sentido inflado de la importancia personal? ¿Cómo podría la naturaleza esencial de la conciencia pura, libre de construcciones mentales, ser abandonada por alguien más que por uno mismo? A lo sumo, somos nosotros mismos los que la ignoramos.
Si reflexionamos sobre la naturaleza fundamental de la conciencia y sobre la del momento presente, nos daremos cuenta de que no somos ese «yo» que sufre de abandono, ni somos el sufrimiento que sentimos. La paz interior arraigada en la presencia alerta de la atención no puede ser afectada por estas construcciones mentales.