El siguiente artículo es un extracto del libro «En defensa del altruismo» de Matthieu Ricard. Te invitamos a leer todo el contenido si deseas profundizar en su lectura. Lo puedes obtener a partir de la siguiente pagina: https://www.matthieuricard.org/es/books/
En su notable libro El corazón del altruismo, Kristen Monroe, profesora de ciencias políticas y filosofía de la Universidad de Irvine en California, sugiere que el término «altruismo» debe reservarse para los actos realizados para el bien de otros en riesgo y sin esperar nada a cambio. Las buenas intenciones son esenciales para el altruismo, dice, pero no son suficientes. También requiere una acción, y la acción debe tener un propósito específico, el de contribuir al bienestar de los demás.
Sin embargo, Monroe reconoce que los motivos del acto importan más que las consecuencias. Por lo tanto, creemos que es preferible no restringir el uso del término altruismo a los comportamientos externos, ya que éstos, por sí mismos, no proporcionan una indicación clara de la motivación que los mueve. Así como la aparición de consecuencias indeseables e imprevistas no pone en duda el carácter altruista de una acción destinada al bien de los demás, el obstáculo a la acción, independiente de la voluntad de la persona que quiere actuar, no disminuye en modo alguno el carácter altruista de su motivación.
Además, Monroe cree que un acto no puede considerarse altruista si no entraña un riesgo y no tiene un «costo», real o potencial, para el autor. Mientras que un individuo altruista estará dispuesto a asumir riesgos por el bien de los demás, el simple hecho de asumir riesgos por otra persona no es necesario ni suficiente para calificarlo como comportamiento altruista. Es concebible que un individuo se ponga en peligro para ayudar a alguien con la idea de ganarse su confianza y obtener beneficios personales lo suficientemente grandes como para justificar los peligros involucrados. Por otra parte, algunas personas están dispuestas a ponerse en peligro por razones puramente egoístas, por ejemplo, para buscar la gloria realizando una hazaña peligrosa. Por otra parte, algunos comportamientos pueden ser sinceramente dedicados al bien de otros, pero puede que no impliquen un riesgo significativo. Una persona que, motivada por la benevolencia, dona parte de su fortuna o pasa años en una organización de beneficencia ayudando a personas necesitadas no necesariamente corre un riesgo, pero creemos que su comportamiento merece ser calificado de altruista.
Es la motivación que colorea nuestras acciones
Nuestras motivaciones, ya sean benévolas, malévolas o neutras, colorean nuestras acciones como una tela colorea el trozo de cristal que hay debajo. La mera apariencia de nuestras acciones no nos permite distinguir el comportamiento altruista del egoísta, una mentira destinada a hacer el bien de otra pronunciada con el fin de hacer daño. Si una madre empuja abruptamente a su hijo a un lado de la calle para evitar que sea atropellado por un coche, su acto es violento sólo en apariencia. Si alguien se acerca a ti con una gran sonrisa y te hace cumplidos sólo para estafarte, su conducta puede parecer benévola, pero sus intenciones son claramente egoístas.
Dada nuestra limitada capacidad para controlar los eventos externos y nuestra ignorancia de cómo resultarán a largo plazo, tampoco podemos caracterizar un acto como altruista o egoísta sobre la base de la simple observación de sus consecuencias inmediatas. Darle drogas o un trago de alcohol a alguien que se está desintoxicando, con el pretexto de que está sufriendo de síntomas de abstinencia, sin duda proporcionará un alivio momentáneo que se agradece, pero tal gesto no servirá de nada a largo plazo.
Por otra parte, en todas las circunstancias, podemos examinar cuidadosa y honestamente nuestra motivación y determinar si es egoísta o altruista. El elemento esencial, por lo tanto, es la intención detrás de nuestras acciones. La elección de los métodos depende de nuestro conocimiento, perspicacia y capacidad de actuar.