La tercera ilusión consiste en confundir placer y felicidad. El placer está directamente causado por estímulos agradables de orden sensorial, estético o intelectual. La experiencia evanescente del placer depende de las circunstancias, de los lugares así como de momentos privilegiados. Su naturaleza es inestable y la sensación que inspira puede convertirse rápidamente en neutra o desagradable. De hecho, imaginar que la felicidad podría ser una sucesión ininterrumpida de sensaciones placenteras parece más una receta por agotamiento que la emergencia de una felicidad verdadera. Los placeres son desde luego bienvenidos y agradables, pero no son felicidad.
El placer no es por lo tanto enemigo de la felicidad. Todo depende de la manera en la que se vive. Si molesta a la libertad interior, obstaculiza la felicidad; pero vivido con una perfecta libertad interior, la adorna sin oscurecerla. Una experiencia sensorial agradable, sea visual, auditiva, táctil, olfativa o gustativa no irá al encuentro de la paz interior si se tiñe de adhesión y engendra la sed y la dependencia. El placer se vuelve sospechoso desde el momento en el que engendra la necesidad insaciable de su repetición.
Al revés del placer, el verdadero sentimiento de plenitud nace del interior. Si bien puede estar influenciado por las circunstancias, no se somete a ellas. Lejos de transformarse en su contrario, perdura y cree a medida que lo prueba. Se trata más bien aquí de una manera de ser, un equilibrio que parte de una comprensión perspicaz del funcionamiento del espíritu.
En el budismo, el término soukha define un estado de bienestar que nace de un espíritu excepcionalmente sano y sereno. Es una cualidad que implica e impregna cada experiencia, cada comportamiento, que abraza todas las alegrías y todas las penas. Es también un estado de sabiduría, libre de venenos mentales, y de conocimiento, libre de la obcecación sobre la naturaleza verdadera de las cosas. Soukha está estrechamente ligado a la comprensión de la manera en la que funciona nuestro espíritu y depende de nuestra forma de interpretar el mundo, ya que, si es difícil de cambiar esto último, sin embargo es posible transformar la manera de percibirlo.
Cambiar nuestra visión del mundo no implica un optimismo naïf, es nada más que una euforia artificial destinada a compensar la adversidad. Mientras que la insatisfacción y la frustración que aparecen de la confusión que reina en nuestro espíritu sean nuestro pan de cada día, repetirse a lo largo del tiempo: «¡Soy feliz!» es un ejercicio tan fútil como ponerse a pintar un muro que se derrumba. La búsqueda de la felicidad no consiste en ver la «vida de color de rosa» ni obcecarse con los sufrimientos y las imperfecciones del mundo.
La felicidad ya no es un estado de exaltación que deba perpetuarse a cualquier precio, sino la eliminación de las toxinas mentales como el odio y la obsesión, que envenenan literalmente el espíritu. Para esto, es necesario adquirir un mejor conocimiento de la forma en la cual funciona este último y una percepción más justa de la realidad.
En resumen, soukha es el estado de plenitud duradera que se manifiesta cuando nos liberamos de la obcecación mental y las emociones conflictivas. Es también la sabiduría que permite percibir el mundo tal como es, sin tapujos ni deformaciones. Es, en síntesis, la alegría de la bondad atrayente que se irradia a los demás.
El libro de Ilios Kotsou nos enseña así como no perder nuestro tiempo intentando en vano atrapar el arcoíris insaciable de una felicidad a medida, centrado en el sentimiento exacerbado de la importancia de sí mismo, sobre nuestras mínimas sensaciones de placer y de disgusto, sobre un hedonismo importado por el torbellino de nuestros espíritus y nuestros temores. Vale más la lucidez de una sabiduría serena y de una libertad interior que se abra espontáneamente a los otros.
Ilios Kotsou (2014). Éloge de la lucidité (Elogio de la lucidez). Robert Laffont.