Con su voto a favor de la prohibición de las corridas de toros, los parlamentarios catalanes han iniciado un debate nacional en España. Quienes están a favor de las corridas de toros esgrimen dos argumentos: las corridas de toros son una tradición cultural y un arte. Sin embargo, matar no es un arte y la tortura no es cultura.
Analicemos esto recorriendo los pasos que incluye una corrida de toros. Primero, se «prepara» al toro. Se le rebajan los cuernos con una sierra, dejando una herida abierta; esto resulta tan doloroso como aserrar un diento sin anestesia. Luego se vuelve a dar forma a las puntas puliéndolas o cubriéndolas con resina. Al modificar la longitud de los cuernos se garantiza que la habilidad del toro de cornear perderá precisión y así errará a su blanco. Luego, se transporta al toro, algunas veces durante 20 horas, en cajones angostos, sin agua ni comida, lo cual le causa debilidad y deshidratación. En muchas ocasiones esto causa la muerte del animal. Antes de la corrida, sin ningún tipo de escrúpulo, se le administran tranquilizantes y se le inyecta vaselina de motor en los ojos, se le clavan agujas en los testículos y astillas de madera en las pezuñas, además, el animal recibe golpes con tablones en la columna y el lomo para no dejarle marcas.
A continuación viene la corrida en sí. Los picadores («lanceros») a caballo clavan lanzas profundamente en el cuerpo del toro para desgarrar los músculos y ligamentos de su cerviz y así evitar que pueda levantar la cabeza y hacer movimientos ascendentes y descendentes para cornear. Este procedimiento se repite media docena de veces. A menudo suelen cortarse las arterias intercostales. El punto es debilitar al animal haciéndole perder casi la mitad de su sangre, es decir 7 litros. Al mismo tiempo, se incita al toro a cargar contra un neumático para cansarlo lo más posible. Ahí ya se lo ve abriendo su boca debido a la falta de oxígeno.
Es entonces el momento de clavar las banderillas. Filosas como cuchillas de afeitar y con puntas de arpón en su extremo, las banderillas se clavan en el lomo del toro para drenar su sangre y evitar que muera demasiado rápido de hemorragia interna debido al empeño del picador.
El matador ensarta entonces una espada de 85 cm de largo en la cruz del animal exhausto. A menudo, la hoja causará sangrado interno o perforará un pulmón. En este último caso, el toro vomita su sangre y muere por asfixia. De otro modo, el matador repite el procedimiento. Usa una pequeña espada que clava en la cabeza del animal entre los cuernos para lacerar su cerebro. El matador destruye entonces al animal apuñalándolo repetidas veces en el cogote, con lo cual secciona su médula espinal. Sin embargo, el toro es fuerte, una de cada tres veces, sigue vivo cuando un grupo de mulas lo arrastran fuera de la arena.
Demasiado en nombre del arte. Demasiado en nombre de la cultura.
Hace varios años, hablando sobre los toros, el director de las arena de Nimes afirmó que «En la arena, no hay prueba de que el toro sufra».
Demasiado en nombre de la buena fe.
Y el filósofo Francis Wolff, declaró que: «las corridas de toros contienen una ética coherente y respetuosa con respecto a los toros» y prohibirlas sería «no solo una gran pérdida cultural y estética sino también una pérdida de moral».
Demasiado en nombre de la moral.
Según Alain Renaut, otro filósofo, las corridas de toros representan «la naturaleza salvaje (es decir la violencia) subyugada por la libre voluntad humana, una victoria de la libertad sobre la naturaleza».
¿Qué libertad? ¿La libertad de matar?
Con respecto a las corridas de toros, el torero Vincente Barrera dijo hace poco que: «Si el estado español reconoce las corridas de toros como un arte, su prohibición sería tan absurda como censurar una pintura que algunas personas no aprecian».
¿Alcanza con declarar que una actividad es un «arte» para suprimir todas las objeciones éticas y para ignorar la prohibición de hacer sufrir deliberadamente a otro ser vivo, uno que no ha cometido el menor daño? Si este fuera el caso, un buen tirador y un gran inquisidor de la Edad Media serían grandes artistas, a juzgar por la maestría de su arte para matar y torturar.
Los aficionados han anunciado que si se prohíben las corridas de toros en España, presentarán una queja, ya que consideran esto un ataque a su derecho a trabajar, un derecho fundamental inscrito en la Constitución española. Por supuesto, este trabajo no debería perjudicar a otros; ya que, sino, los asesinos profesionales, que viven de su actividad, podrían reclamar los mismos derechos, al igual que los traficantes de armas y de drogas.
Esta celebración del dominio del hombre sobre la naturaleza, la insistencia de presentar la lidia de toros como un arte, las consideraciones financieras relacionadas y los reclamos referidos a la tradición son fundamentos puramente engañosos sin fundamento que desdeñan los valores humanos básicos. Solo la falta de conciencia del sufrimiento que se está causando y la cínica arrogancia de ciertos hombres, solo esto podría llevar a algunas personas a otorgarse el derecho de disponer de las vidas de otros seres a los fines de comer, hacerse más ricos, divertirse, practicar deportes y entretenerse, todo con «arte» y en nombre de la tradición. Pero este arte es solo crueldad, y esta tradición, su perpetuación.
«Donde fluye sangre, no hay arte posible», escribió el gran pintor francés Eugène Delacroix.
¿Cuándo se prohibirá en Francia y en toda España? Esto demostraría que no es una cuestión de manipulación política, sino simplemente de humanidad.