Ser libre es ser dueño de uno mismo. Para muchas personas, este dominio implica libertad de acción, de movimiento y de opinión, la oportunidad de lograr las metas que se han fijado a sí mismos. Esta convicción ubica la libertad principalmente fuera de uno mismo y pasa por alto la tiranía de los pensamientos. En efecto, es común en Occidente que libertad signifique ser capaz de hacer lo que deseamos y actuar según nuestros más mínimos deseos. Es una idea extraña, ya que al hacerlo nos transformamos en el juguete de los pensamientos que perturban nuestra mente, de la misma manera en que el viento de la cima de la montaña sacude el pasto en todas direcciones.
«Para mí la felicidad sería hacer lo que deseo sin que nadie haga ningún comentario al respecto», afirmó una joven inglesa entrevistada por la BBC. ¿Es posible que la libertad anárquica, cuyo único objetivo es la satisfacción inmediata de los deseos, cause felicidad? Existen muchos motivos para dudarlo. La espontaneidad es una cualidad preciosa siempre que no se la confunda con el caos mental. Si dejamos que los sabuesos del ansia, los celos, la arrogancia y el resentimiento corran descontrolados en nuestra mente, pronto se adueñarán de ella. Por el contrario, la libertad interior es un espacio vasto, transparente y sereno que disipa todo dolor y alimenta la paz.
La libertad interior es por sobre todas las cosas libertad de la dictadura del «yo» y el «mío», del ego que choca con todo lo que le disgusta y busca con desesperación apropiarse de aquello que codicia. Aprender a hallar lo esencial y dejar de preocuparse por lo superfluo brinda un contento profundo sobre el cual no tienen efecto las fantasías del yo. «La persona que experimenta este contento», reza el proverbio tibetano, «tiene un tesoro en la palma de su mano».
Ser libre entonces se remite a romper los lazos de las aflicciones que dominan y nublan la mente. Significa poner la vida en nuestra propia mano, en lugar de abandonarla a las tendencias forjadas por el hábito y la confusión mental. Si un marinero pierde el timón, deja que las velas flameen en el viento y que la embarcación derive hacia donde las corrientes la lleven, esto no se llama «libertad», se llama «estar a la deriva». Libertad, en este caso, significa tomar el timón y navegar hacia el destino elegido.