Según el budismo, la mente no es un ente, sino un cauce dinámico de experiencias, una sucesión de momentos de consciencia. Estas experiencias están a menudo marcadas por la confusión y el sufrimiento, pero podemos darle acogida en un estado de claridad y libertad interior.
Todos sabemos, como el contemporáneo maestro tibetano Jigme Khyentse Rinpoche nos recuerda, que «no necesitamos entrenar nuestra mente para mejorar nuestra capacidad de preocuparnos y envidiar. No necesitamos un acelerador de la rabia o amplificador del orgullo.» En contraste, entrenar la mente es crucial si queremos redefinir y agudizar nuestra atención: desarrollar un balance emocional, paz interior, y sabiduría; y fomentar nuestra atención al bienestar de los demás. Todos tenemos el potencial para desarrollar estas cualidades, pero no lo harán solas o simplemente porque queramos. Necesitan entrenamiento. Y para llevarlo a cabo se necesita perseverancia y entusiasmo, como ya he dicho. No aprendemos a esquiar practicando uno o dos minutos al mes.