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Conversación con Jane Goodall — 1.° Parte: Cómo tratan a los animales.

Matthieu: Existe una conexión y una continuidad intactas entre las diferentes especies animales y los seres humanos. La realidad de esta secuencia debería hacer que los seres humanos reexaminemos la forma en la que tratamos a otros animales.

Jane Goodall: No hay dudas, por supuesto, de que existe una continuidad de sentimientos y emociones. No hay dudas de que los animales sienten dolor. No estoy segura de hasta qué punto en la escala de especies, pero estoy segura de que los insectos sienten algún tipo de dolor ya que evitan los malos estímulos. En el caso de los animales con mentes más complejas, no solo experimentan el dolor, sino también el miedo y el sufrimiento, el sufrimiento mental y físico.

Lo que me parece tan extraordinario es que la gente parece casi esquizofrénica cuando se les habla de las terribles condiciones en las ‟granjas” animales de crías intensivas; este abarrotamiento de seres vivos en espacios diminutos, tan perverso que, para mantenerlos vivos, hay que administrarles antibióticos todo el tiempo, porque de otra forma, se dan por vencido. Le cuento a la gente sobre la pesadilla del transporte, sobre los mataderos de reses donde a muchos animales ni se los desmaya antes de despellejarlos vivos y sumergirlos en agua hirviendo. Es horrible. Si se caen durante el traslado, se los levanta de una pierna que termina fracturada. Obviamente, es espantosamente doloroso. Cuando les cuento esto a algunas personas, a menudo, contestan: ‟Oh, no me cuentes esto, soy muy sensible; amo a los animales”. Y pienso: ‟¿Qué le habrá pasado a esa cabeza?

Las prácticas de la industria alimenticia, la industria que ingiere carne, es particularmente, impactante porque están aprobadas por los gobiernos y por la gente. Incluso si no se los aprueba conscientemente, lo hacen al ingerir carne. Y estas prácticas van en aumento ya que cada vez más personas desean comer cada vez más carne. Están destruyendo el medioambiente, están disminuyendo los suministros de agua y están desperdiciando una enorme cantidad de energía, despilfarrando la transformación de proteína vegetal en proteína animal (se necesitan 10 g de proteínas vegetales para hacer 1 g de proteína de la carne). Todo esto es muy diferente del enorme sufrimiento, el increíble, increíble e interminable sufrimiento de todos los días. Es sufrimiento desde que nacen hasta que mueren.

Crecí comiendo trocitos de carne porque todos comíamos carne, ni siquiera pensábamos sobre su procedencia, etc. Recién conocí las ‟granjas de crías intensivas”, o la cruel manera en que crían y matan a los animales, cuando volví por primera vez de Gombé, porque todo esto comenzó en Inglaterra antes de que partiera. Miré ese trozo de carne en mi plato y pensé: ‟Esto simboliza el miedo, el dolor y la muerte”. Ese fue el último trozo de carne que volví a ver en un plato mío. Desde entonces, no he tocado ni la carne ni el pescado.

Pero además, también se llevan a cabo pruebas en animales. Existen las pruebas farmacéuticas, que son las peores, y luego, las pruebas médicas. Se supone que son guías, reglas y regulaciones, pero, la mayoría de las veces, no se implementan. Una vez más, se ve esta esquizofrenia: un hombre tiene un hogar, una esposa e hijos, y un perro. Habla de su perro como miembro de su familia, y dice: ‟Entiende todo lo que digo”. Después, entra en un laboratorio, se pone un delantal blanco y les hace lo innombrable a los perros.

En las facultades de veterinaria en Estados Unidos, no en Inglaterra, diferencian entre los animales que tratan. Uno grupo tiene dueños, que pueden pagar por los tratamientos. Los otros son los animales que se usan para experimentos. Tienen una X en sus puertas. Y no se les administra la anestesia adecuada ni nada por el estilo. Conozco a un maravilloso filósofo que destapó todo esto: Bernard Rollin. No podía entender la razón por la cual la gente joven que asistía a las facultades de veterinaria, que son unos verdaderos apasionados por los animales, que aman a los animales y que desean ayudarlos, seis años más tardes se vuelven fríos e indiferentes. Gradualmente, mataron su empatía.

imageWith Jane, in Brisbane, Australia