Si tu meditación se extravía para concentrarse en un apego predispuesto solo hacia tus seres queridos, cambia tu meditación hacia la imparcialidad y extiende este amor hacia todos sin discriminación: seres queridos, extraños y enemigos.
Si en vez de interesarte por igual por todos los seres humanos, la imparcialidad deriva hacia una vaga indiferencia hacia todos y dejas de interesarte en su destino, piensa en todos aquellos que sufren y cultiva una compasión sincera.
A medida que piensas continuamente en los incontables sufrimientos de los demás, siéntete abrumado por la sensación de impotencia y hasta desesperación, y siéntete agobiado por la inmensidad de la tarea. Cuando esto ocurra, cambia tu enfoque hacia el regocijo por todas las cualidades de las personas que benefician a otros y por todas las acciones positivas que se logran en todo el mundo.
En caso de que esta alegría derive en una euforia inocente, regresa al amor desinteresado. Y así sucesivamente.
Al final de la sesión, comprende que estos fenómenos son temporales, interdependientes y, por lo tanto, desprovistos de la existencia sólida y autónoma que normalmente les adjudicamos.
Finalmente, descansa un momento en la plena conciencia del presente, en un estado de simplicidad natural, en el cual la mente no se distraiga con pensamientos divagantes.
Antes de reanudar tus actividades, concluye con deseos y aspiraciones que creen un puente entre la meditación y la vida diaria. Dedica sinceramente los beneficios de la meditación a todos los seres al pensar lo siguiente: ‟Que la energía positiva generada no solo por esta meditación, sino por todas mis acciones, palabras y pensamientos solidarios, en el pasado, presente y futuro, ayuden a aliviar el sufrimiento de los seres a corto y a largo plazo”.